domingo, 18 de octubre de 2009

Ágora: lecciones de astrología y fanatismo

Ágora es un ejemplo de cómo el devenir de la historia siempre ha estado inevitablemente ligado a la existencia y proliferación de las religiones. En los albores del fin del imperio romano, Amenábar nos traslada a Alejandría, un reducto en el que el pensamiento científico resiste a duras penas los embites del fanatismo religioso y su alergia al progreso. Lo que presenciamos no es una crítica abierta al cristianismo -siglos antes eran los cristianos los perseguidos por las autoridades politeístas y devorados por leones en la arena del coliseo-, sino una representación de la barbarie que provoca la utilización de las creencias como arma arrojadiza, y la tergiversación e interpretación interesada de los escritos religiosos para oprimir al prójimo y llegar a ostentar el poder. La religión es el pretexto utilizado para la opresión, pero quizás si no existiera credo alguno, la naturaleza humana buscaría algún subterfugio con el cuál derrocar a la autoridad vigente para ocupar su lugar. Cualquier excusa es buena para criminalizar y desatar el caos.

Alejandro Amenábar muestra el cúlmen del integrismo irracional y devastador en la destrucción de la biblioteca de Alejandría por parte de una turba enajenada de cristianos, mostrando así la obediencia ciega con la que el rebaño brinda a su pastor. Así ardió la sabiduría conservada en cápsulas y concentrada en un único edificio, para beneficio de la autoridad religiosa a la que le privilegiaba el mantenimiento de los cánones; un inmovilismo que se asemeja a la quietud que presenta la impronta de las escrituras bíblicas. Recelosos del progreso -y de que enuncie verdades irrefutables-, prefieren oponerse a él y sumir a sus súbditos en un régimen de terror y sumisión a través de la fe.
Y allí se encontraba Hipatia, una científica adelantada a su tiempo que, por el hecho de tener como único credo el científico, era susceptible de ser considerada una bruja impía, sucia y pagana. Ser mujer era además un agravante de su mala condición. Habría así de luchar por sus principios, e investigar hasta la saciedad en un contexto que le era adverso, rodeada de un vulgo azotado por la miseria, las enfermedades y en una permanente carestía de vida. En un tiempo en el que la muerte estaba presente y acechaba contínuamente, el modo de enfrentarse a ella, y por tanto la religión, eran de una importancia capital, de esta manera, las gentes eran fácilmente manipulables por sus autoridades religiosas. No se sometió Hipatia a ellas, y así narra Amenábar su lucha y su pasión por la filosofía, la ciencia y la verdad.
Lamentablemente, han pasado 1600 años y existen lugares en el mundo donde la religión sigue siendo la ley, tal y como lo fue antaño. Lo que se relata en Ágora no es solo cosa del pasado, pero puede ser considerado como una invitación al progreso y a la tolerancia entre las diferentes creencias, algo que estas autoridades nunca se avienen a considerar.
La recreación de la Alejandría es una maravilla, y la ambientación es exquisita. Un largometraje dirigido con maestría y en definitiva, la historia de una mujer que merece ser contada.