Viene de la entrada anterior: Situación social comprometida 1Jesús seguía asombrado el devenir de la cena. No se había dado cuenta de que el hecho de observar continuamente el comportamiento de Jaime le hacía distanciarse del grupo. En su extraño periplo mental, paralelo a la cena, había llegado a tener pensamientos en los que Jaime, tras ganarse el favor de sus amigos de la universidad, formaba junto a ellos un compacto grupo en el que por supuesto él no era bienvenido.
Se sacudió la paranoia con un meneo craneal y volvió a echar un vistazo global a la mesa, convencido de que debía ser algún tipo de guardia de seguridad del decoro de su controvertido amigo.
De repente una especie de temblor le sobresaltó; hizo el recorrido desde las plantas de sus pies hasta su cabeza y se trasladó a la estancia en la que se encontraban. Los cimientos del edificio comenzaron a temblar y Jesús sintió que se resquebrajaban y que pronto todo se vendría abajo. Sólo era la vibración del móvil en su bolsillo: le estaban llamando.
Era Paco, el clásico compañero de clase que es difícil ver fuera de la facultad, a no ser que sea para asistir a alguna conferencia en la que pueda adquirir algún que otro crédito de libre configuración. El motivo de su llamada era disculparse por su ausencia. Jesús y Paco mantuvieron una corta conversación llena de monosílabos hasta que se quedaron sin nada que decir. Fue en ese preciso momento en el que, en vez de encaminar la insulsa interacción telefónica hacia un final pactado y deseado por ambas partes, Paco decidió hacer una última pregunta a Jesús: "¿Quién está ahí?" ¿Querría realmente el alumno ausente saber los nombres de cada uno de los colegas a los que había plantado? Puede que sí, por mera curiosidad, o puede que simplemente lo dijera por cortesía. Una vez más, la cortesía iba a suponer un problema para un Jesús que se las prometía ya muy felices.
Casi de memoria, Jesús comenzó a recitar los nombres de los que allí se encontraban, hasta que, dos nombres antes de acabar la revista, se percató de que Jaime estaba allí. Paco no conocía a su amigo Jaime, así que tendría que referirse a él como "otro más", pero, ¿se molestaría Jaime al recibir un apelativo tan vulgar? ¿No se sentiría ninguneado? A nadie le gusta que se refieran a él como "otro más", sin identidad, y por tanto, sin interés. ¿Qué le costaría nombrarlo, aún sabiendo que la persona que se encontraba al otro lado del teléfono no iba a saber a quién se refería? Así se resguardaba de ofender a Jaime, que parecía estar pasándolo bien. Aunque existía la posibilidad de que la estupefacción de Paco al oír un nombre desconocido le llevara a indagar sobre su identidad; esto sin duda provocaría que Jesús tuviera que responder, explicando quién era Jaime, mientras todo el mundo escuchaba. ¿Qué podría decir? La situación sería más embarazosa, si cabe.
Jesús callaba. Su mente divagaba. Miles de pensamientos se entrecruzaban, viajando de un lado para otro, atormentándole a cada momento. Por suerte, se había producido una disociación del espacio-temporal que convertía la duración de un segundo en la de una hora. Sólo el aleteo de una mariposa, el cuál, en tal situación era audible y visualmente atrayente, separaba ahora a Jesús y Jaime. ¿Estaría realmente esa mariposa provocando un terremoto en Asia? A quién coño le importaba; lo que estaba ocurriendo allí era mucho más importante. Jaime miraba a Jesús con una mirada cómplice, esperando un claro desenlace, ése que le agradaría. Por desgracia, Jesús no tenía ni idea de lo que su, probablemente ex-amigo, quería que hiciese en ese momento.
Se le acababa el tiempo, tenía que decir algo. ¿Y si no decía nada? ¿Considerarlo invisible no sería aún peor? ¿Y si le colgaba? No. Ya había empezado a recitar nombres. ¿Y si se suicidaba con un cuchillo de la pizzería? No. No cortan lo suficiente.
"...Jorge, Ángel, y... Jaime, igual lo conoces, no está en nuestra clase pero bueno, es buena gente".