lunes, 31 de agosto de 2009

Situación social comprometida 1

Una ciudad cualquiera, en un verano como cualquier otro. El sol se retiraba fatigado tras una larga jornada de trabajo, y Jaime lo observaba meditabundo y aburrido. ¿Cuánto tiempo llevaba sin tratar con seres de su misma especie? Esta reflexión encauzó sus pensamientos hacia terreno vedado. Había jurado y perjurado que no volvería a planteárselo, bajo ningún concepto. Aún así, lo hizo. Empezó a sopesar una proposición que cuatro horas antes, ante la remota posibilidad de que apareciese cualquier otra forma de pasar el tiempo, había rechazado categóricamente: salir a cenar con Jesús y sus amigos. Ahora las perspectivas eran diferentes para el joven. Frustrados sus intentos de fabricar alguna otra distracción mejor, Jaime comenzaba a sentir que los muros, recalentados por el asfixiante calor que les había azotado durante todo el día, avanzaban hacia él, ahogándole poco a poco, con una imperceptible progresión que no tardaría en trastornarlo. Era hora de salir de casa.

Jaime siempre se había llevado bien con Jesús, pero no terminaban de agradarle sus nuevos amigos. Quizás recelaba -aunque él mismo quisiera auto-convencerse de lo contrario-, de que sus nuevas compañías no fuesen, simplemente, las antiguas. Aún así, había hecho algún eventual esfuerzo por conocerles, sin que sus buenas intenciones le llevaran nunca por la senda del éxito social.

Jesús recibió con sorpresa la noticia de la comparecencia de un nuevo comensal en la cena. Estupefacción y dudas. Sólo había puesto al corriente a su amigo sobre el plan por cortesía; porque en ese momento no tenía nada que decir y le vino a la mente su plan de la noche y, sobre todo; porque tras las anteriores experiencias de Jaime con sus compañeros de la universidad, la simple idea de que accediese a encontrarse de nuevo con ellos era un tanto absurda. Jesús se maldijo al colgar el teléfono. La cena se antojaba incómoda, y todo por culpa de su metedura de pata.

Para Jesús las sorpresas no venían solas. Todo transcurría bien. No sólo bien, la verdad es que el trámite se estaba resolviendo de maravilla. Jaime se estaba convirtiendo en el alma de la fiesta. Hablaba con todos sus amigos, se comunicaba con fluidez, escuchaba con interés, gesticulaba, se encontraba seguro de sí mismo, a fin de cuentas: estaba desconocido. Ni siquiera los temas sobre la universidad, tan evidentes y recurrentes entre compañeros de clase, achantaban al nuevo Jaime. En lugar de hacer lo que tiempo atrás había hecho ante esta situación, esta vez evitaba distanciarse del grupo, integrándose de cualquier manera en los enrevesados asuntos universitarios que se trataban en la mesa.

¿Qué podría echar por tierra tan sobresaliente velada?

1 comentario:

  1. Las cosas por compromiso no deberían existir, porque después te dan una respuesta inesperada y no todos somos como Jaime, el alma de la fiesta.

    No creo que nada pudiera echar por tierra tan sobresaliente velada, ya que Jaime defendería a toda costa el no volver a ser tostado por el sol!

    ¿Quién no se ha agarrado, alguna vez, a un clavo ardiendo? Y es que a veces el calor y el aburrimiento es una mezcla explosiva que te hace hacer cosas inesperadas.

    ResponderEliminar